19 septiembre 2008

Plastificados

Mario Sandoval

Si algo llega a sobrevivir al hombre será el plástico. Esa textura dúctil y brillante que luce alrededor del sandwich, en la taza de un café o en las decenas si no cientos de bolsas que uno guarda en casa está hecha para resistir. Los polimeros forman ya parte de nuestra cultura, y hasta de nuestro carácter. De echo, cada individuo percibe una cierta emoción, una clara reconciliación con su rol dentro de la cadena de consumo cuando coge en sus manos un envoltorio cualesquiera y rasga esa aséptica membrana traslúcida que hace que cualquier cosa en su interior parezca ueva. Acaso sea ese el gesto más habitual de lo civilizado. Incluso el olor de lo recién estrenado se identifica con ese tufillo que nuestras sobrecargadas pituitarias conocen tan bien, que no es otro aroma que el del plástico puro y duro. Alrededor del mundo se consumen entre 500 billones y un trillón de bolsas plásticas al año, que, tras la algarabía de sus estreno, no pasan a mejor vida. La mayoría se convierten en una ilusión desgastada, tremenda basura fantasmagórica que se atasca y revolotea por campos, parques, ríos, esquinas y más allá.
En la naturaleza rotunda del Círculo Polar Ártico, o en cualquier playa paradisiaca de la Polinesia, las encontrarás flotando a la deriva, como botellas de un mensaje agorero. Gran parte de los plásticos que conocemos termina en el océano. Allí se fotodegradan y descomponen en petropolímeros más pequeños y tóxicos, entrando a formar parte de la cadena alimentaria.
En esta situación plastificada, apenas un uno por ciento de ese materias omnipresente se recicla. Parece una realidad tan preocupante como para casi obviar el revuelo que están provocando en la prensa norteamericana las migraciones de los componentes plásticos destinados a envolver alimentos. Como si no lo supiéramos. En esta sociedad donde la limpieza reina, la idea de lo higiénico se asocia al primoroso estuche alimentario de donde sale lo que va directo a la boca. Pero la apariencia esconde una aseveración científica ahora comprobada: que nos comemos también una parte del envase. Como la actitud de defensa de las petroquímicas desde los mismos círculos industriales es clara: es imposible plantear no usar más el plástico, no queda más que reconocer que, hasta que decidamos cambiar, nuestro destino está casi plastificado.


METRO, Viernes 19 de septiembre de 2008
Imagen: Flickr

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