12 diciembre 2007

El anti Al Gore

ANNA GRAU. NUEVA YORK
26-11-2007 09:03:03
Las ballenas, focas, lobos marinos y pingüinos observan estos días la llegada al continente helado de expediciones científicas bajo diferentes banderas pero con un único objetivo: comprobar sobre el terreno los cambios que el calentamiento global está teniendo en la Antártida. Se trata de la primera campaña antártica dentro del Año Polar Internacional (que se celebra hasta marzo de 2009), y en la que España participa con una veintena de proyectos. En los próximos cuatro meses, un total de 82 investigadores y 25 técnicos pasarán por las dos bases antárticas españolas, Juan Carlos I y Gabriel de Castilla.
Los primeros investigadores españoles llegaron a la isla de Livingston, en el archipiélago de las islas Shetland del Sur, para abrir oficialmente la base Juan Carlos I el pasado 15 de noviembre, y para hoy se espera que quede también abierta la base Gabriel de Castilla, en la isla de Decepción.
Sin embargo, y según cuenta a ABC Juanjo Dañobeitia, director de la Unidad de Tecnología Marina del CSIC y responsable de las actividades de buques oceanográficos y bases antárticas, «pocas veces el equipo había encontrado tantas dificultades técnicas debido a la enorme cantidad de nive y hielo».
«El invierno ha tenido que ser durísimo, de los peores de los últimos años», dice Dañobeitia, por lo que le han contado sus compañeros recién llegados a la base Juan Carlos I. Donde está situada -en una zona bastante al norte, a una gran distancia del Polo Sur-, el problema no son las temperaturas, que ahora en el verano austral rondan los cero grados o muy poquito bajo cero (hablamos de la costa, en el interior la diferencia puede ser de 30 grados), sino los vientos, porque se trata de una zona que tiene ciclones permanentes, con vientos del oeste muy fuertes. Tanto es así que el pantalán que permitía la descarga del material desde el buque Las Palmas ha desaparecido. Una dificultad añadida para los técnicos e ingenieros que se adelantan a los investigadores para preparar la base y que han tenido que desembarcar «a pelo» cerca de dos toneladas de equipamiento técnico, además de «desenterrar» con palas las instalaciones que habían quedado cubiertas por la nieve. «La llegada ha sido muy desmoralizante», añade el director de la Unidad de Tecnología Marina.
Un esfuerzo sin precedentes
El consuelo está en «el esfuerzo sin precedentes» que se ha hecho para esta campaña investigadora dentro del Año Polar. Bajo la supervisión del investigador Daniel Alcoverro, que en esta primera fase de la campaña (que dura hasta enero) dirigirá la Base Juan Carlos I, los científicos españoles realizarán 21 proyectos, tanto en las bases, como en los buques Hespérides y Las Palmas. Como es lógico, «el invitado estrella», dice Dañobeitia, es el cambio climático, que se analizará desde un ámbito multidisciplinar. Entre los proyectos más novedosos, uno que tiene lugar en la península Bayers, única zona de la isla de Livingston que no está cubierta por glaciares, que han dado paso a lagos de origen glaciar.
Precisamente en una de estas masas de agua se va a instalar un robot para monitorizar el lago no sólo durante el verano austral, sino también en el invierno, lo que permitirá el registro continuo de datos. También son muy interesantes los estudios que se van a hacer del permafrost (suelo helado), que es un indicador ideal de la evolución climática. Es un proyecto del Instituto de Ciencias Ambientales de la Universidad de Alcalá de Henares y pretende realizar perforaciones en las islas de Livingston y Decepción y otros lugares para analizar el registro térmico del suelo helado. Para estas perforaciones se contará con unos sensores que ya se han utilizado en misiones del Mars Science Laboratory de la NASA.
Asimismo, y como continuación de la campaña antártica anterior, Francisco Navarro, investigador principal de proyectos de Glaciología en el continente helado, estudiará la respuesta de los glaciares a los cambios climáticos.
Se trata de un trabajo arriesgado, puesto que, además de imágenes de satélite y modelos matemáticos, exige calibración en tierra, por lo que es necesario el traslado de radares de un lugar a otro. Esto, teniendo en cuenta las grietas en el hielo, escondidas por la nieve, es muy peligroso, además de que «la cartografía se modifica de un año a otro», explica Dañobeitia.
Ya en la segunda fase (de enero a marzo y con Enrique Arnald como jefe de la base), es el momento ideal para biólogos que estudian líquenes y geólogos, pues parte de la cobertura de nieve en la zona baja de la isla desaparece.
Impacto cero
Mientras los investigadores hacen su trabajo, el buque Las Palmas les visita regularmente (en esta campaña se han previsto 13 visitas) para apoyo logístico y transporte de combustible, así como la retirada de los residuos que se llevan a Argentina (Ushuaia) o a Chile (Punta Arenas). Y es que la Juan Carlos I fue de las primeras bases en utilizar energías alternativas, con energía solar y aerogeneradores. Estos últimos permiten mantener en invierno una serie de registros continuos de información.
Así las cosas, el día a día en la base Juan Carlos I, explica Dañobeitia, «es muy atareado, pues todo el mundo tiene un tiempo marcado para sus investigaciones y en la Antártida el tiempo es oro». Un tiempo marcado por la luz constante del verano austral, por lo que el trabajo -bromea Dañobeitia- puede decirse que es «de sol a sol».

ABC, LUNES_26_11_2007

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