12 diciembre 2007

El dedo en el ojo de la capa de ozono

POR ANNA GRAU. SERVICIO ESPECIAL
NUEVA YORK. Hay científicos más complacientes y científicos que lo son menos. Científicos que descubren cosas que gustan a todo el mundo y científicos que son como un dedo en el ojo. O de la capa de ozono. El holandés Paul Crutzen obtuvo el premio Nobel de Química de 1995 por sus hallazgos sobre la reducción del ozono en la estratosfera y sus consecuencias.
Eran hallazgos que se remontaban a 1970. Fue más o menos entonces cuando Crutzen empezó a demostrar que los óxidos de nitrógeno reaccionan de forma catalítica con el ozono, es decir, que afectan a su equilibrio natural. Crutzen y su colega Harold Johnston calcularon que entre los óxidos de nitrógeno liberados por microorganismos terrestres y los que expulsaban los aviones, el ozono empezaba a decaer peligrosamente.
Fue el principio de una alarma que rápidamente se extendió de los aviones a los aerosoles y a toda la actividad humana generadora de gases invernadero. Aunque decir rápidamente parece fácil ahora, cuando en los bares ya se liga al grito de: «¿Tú trabajas o luchas contra el cambio climático?».
En los setenta e incluso a mediados de los noventa, cuando Crutzen ganó el Nobel, esta sensibilidad distaba mucho de estar tan extendida. La ecología parecía un lujo asiático en África.

Hambruna y etanol
Incluso ahora se puede ver así. Hace menos de un mes se supo que en un país como Swazilandia, con el 40% de su población amenazada por la hambruna, dependiendo de la ayuda internacional para comer, el Gobierno había decidido asignar miles de hectáreas a cultivar mandioca, pero no para alimentar a la gente sino para producir etanol y exportarlo al Primer Mundo. Que compra biocombustibles para matar dos pájaros de un tiro: reducir su dependencia de combustibles fósiles como el petróleo y contaminar menos.
Lo malo es que queriendo matar dos pájaros, caigan muertos muchos más. ¿Llenar el depósito de los coches vaciando los estómagos? Hay quien ha llamado a esto «crimen agrícola contra la Humanidad». Paul Crutzen considera que además es una estupidez, porque los fertilizantes necesarios para cultivar los biocombustibles contaminan tanto o más que los combustibles fósiles. Su prestigiosa voz puede ser la única que logre desenmascarar el despropósito de estas prácticas.
No es la primera vez que Crutzen lanza un órdago. Desde el principio advierte de que a él la ciencia y la corrección política no le cuadran: que todos los esfuerzos que se han hecho para contener el calentamiento global son tan pírricos que o se acomete un plan de choque, o él no responde.

Penitencia
Aunque el agujero de la capa de ozono por él descubierto y denunciado ya se contuvo, le llevará mucho tiempo cerrarse del todo. Pero lo peor no es eso, lo peor es que la Humanidad lleva tanto tiempo portándose mal, que ya no basta con empezar a portarse bien (más o menos) para reparar el desaguisado. Hay que hacer penitencia, y de firme.
En un polémico ensayo publicado el año pasado, el profesor Crutzen insistía en su idea del plan de choque, y sugería una posibilidad: lanzar partículas de azufre a la estratosfera, con la idea de que reboten la luz solar y el calor hacia el espacio exterior. Si esta idea la hubiera tenido cualquiera, le habrían llamado profesor Bacterio y chiflado. Pero se trata de Crutzen y goza de una autoridad tremenda.
Esta autoridad tiene que ver con sus logros científicos pero también con su relación integral con la ciencia, más renacentista de lo que en general se lleva ahora. Crutzen simplemente no toma ninguna distancia con sus descubrimientos. Todo lo que descubre le compromete, le hipoteca en cuerpo y alma.
No es extraño que fuera él quien propusiera llamar a la era geológica que actualmente vivimos «Antropoceno», es decir, determinada por la acción del hombre. Según él, el Antropoceno empezó más o menos cuando James Watts inventó la máquina de vapor, en 1774. Y hasta ahora.
ABC, Lunes 10 de diciembre de 2007

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