13 febrero 2008

Alterar el planeta para salvarlo

MARÍA JOSÉ VIÑAS - SAN FRANCISCO (EEUU) -
Situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas. Con el Ártico derritiéndose a marchas forzadas y los gobiernos mundiales fallando estrepitosamente en controlar las emisiones de CO2, algunos investigadores de prestigio insisten en que hace falta tener estudiado un plan de respuesta por si se produjera una emergencia climática.
Estos científicos están pidiendo que se investigue a fondo un campo muy controvertido: la geoingeniería o alteración de las propiedades del planeta para contrarrestar los efectos del cambio climático.
A primera vista, las propuestas de geoingeniería son de lo más rocambolescas: desde poner en órbita multitud de espejos para que reflejen parte de la luz solar hasta simular una explosión volcánica para enfriar la Tierra.
Hace sólo una década, los proyectos de geoingeniería no se discutían en círculos académicos ni se publicaban en revistas de renombre.
"Al principio era una especie de juego intelectual que nadie tomaba en serio", recuerda Ken Caldeira, climatólogo del Departamento de Ecología Global del Instituto Carnegie en Stanford (EEUU). "Pero ahora la mayoría de los climatólogos estamos llegando a un punto en el que vemos que las temperaturas aumentan más rápido de lo que preveían los modelos climáticos y que no se progresa en el control de emisiones y nos decimos: tal vez haga falta un plan de emergencia", explica.
Caldeira es uno de los científicos estadounidenses que empiezan a pedir que el Gobierno de EEUU financie la búsqueda de un "seguro medioambiental" contra el cambio climático. Estos científicos remarcan insistentemente que no están proponiendo poner en marcha proyectos de geoingeniería en un futuro próximo, sino simplemente estudiarlos para poder prever cómo funcionarían.

"Si ahora mismo sucediera un desastre medioambiental, nadie sabría cómo reaccionar," afirma Caldeira, comparando la situación a la falta de previsión que tan catastróficos resultados tuvo con el huracán Katrina. "Necesitamos saber de qué opciones disponemos, cómo de bien funcionarían y qué daños podrían causar", apunta.
Y es que ninguno de los proyectos de geoingeniería propuesto hasta la fecha es, ni de lejos, perfecto. Los diferentes modelos climáticos que se utilizan para estudiar cómo evolucionaría el clima si se pusiera en marcha alguna de las alteraciones de geoingeniería predicen que se podrían producir varios tipos de efectos colaterales negativos: desde cambios en el patrón de lluvias mundial hasta daños en la capa de ozono. Además, como ningún modelo climático puede tener en cuenta todas las variables que entrarían en juego, también se podría dar cualquier otro tipo de consecuencias medioambientales imprevistas.
"Queda mucho por explorar, y no creo que se deba intentar poner en marcha ningún proyecto de geoingeniería hasta que hayan sido estudiado por diferentes investigadores que utilicen distintos modelos climáticos", afirma Alan Robock, profesor de ciencias ambientales de la Universidad Rutgers (EEUU) y miembro del Panel Intergubernamental del Cambio Climático.
Robock y su grupo han recibido en febrero una subvención de 627.000 dólares (unos 430.000 euros) de la Fundación Nacional de la Ciencia de EEUU para estudiar en durante tres años qué impactos podría tener sobre el clima mundial el inyectar sulfatos en la estratosfera o utilizar otros sistemas para reducir la cantidad de luz solar que llega a la Tierra. Para sus estudios, los investigadores utilizarán modelos climáticos creados por la NASA.
"Hasta ahora, los resultados preliminares indican que la cura sería peor que la enfermedad", explica Robock, quien aun así cree que hace falta un estudio más detallado de los efectos colaterales de la geoingeniería.
"Pero no es que ya me haya decidido en contra de la geoingeniería: tal vez acabemos viendo que inyectando determinadas cantidades de sulfatos en determinados lugares de la tierra podríamos evitar que Groenlandia se derritiera, sin que se dieran efectos colaterales peligrosos," afirma Robock.
Explorador ético
El equipo de la Universidad Rutgers incluye a Martin Bunzl, un filósofo que explorará los desafíos éticos de la geoingeniería.
"Bunzl contemplará aspectos como ¿qué pasaría si se pudiera enfriar el planeta de una manera que para algunos países se mitigaran los efectos del cambio climático, pero a la vez perjudicara a otros países? ¿Deberíamos hacerlo, entonces? ¿Cómo decidimos a quién le damos el control del termostato?", pregunta Robock.
Precisamente, de querer emplearse, uno de los desafíos de la geingeniería sería conseguir que la comunidad internacional se pusiera de acuerdo sobre cómo llevarla a cabo. Y esta coordinación entre países nunca resulta fácil. David Victor, un experto en derecho de la Universidad de Stanford especializado en políticas energéticas, señala que los países desarrollados han fracasado en el cumplimiento del control de emisiones marcado por el Protocolo de Kyoto, y se pregunta si sería más fácil coordinar un proyecto de geoingeniería a nivel mundial.
"Existen algunos principios generales que afirman que no se puede causar deliberadamente daño a otros países, pero eso es todo"
A la vez, Victor señala otro posible peligro: la falta de un freno legal en el caso de que un país se decidiera a llevar a cabo un experimento de geoingeniería por su cuenta y riesgo.
"El panorama legal internacional está bastante vacío al respecto, no hay muchas restricciones," explica Victor. "Existen algunos principios generales que afirman que no se puede causar deliberadamente daño a otros países, pero eso es todo", indica.
Phil Rasch, científico del Centro Nacional de Investigaciones Atmosféricas (EEUU) que ha estudiado diversos métodos de geoingeniería, muestra las mismas preocupaciones que sus colegas. Pero a la vez insiste en no descartar precipitadamente la opción de la geoingeniería
"Para muchos científicos, tiene sentido el intentar buscar maneras de reducir el impacto del cambio climático," explica Rasch. "La geoingeniería sería una solución a corto plazo, pero nos proporcionaría cierto margen, un poco de tiempo extra para poder desarrollar energías más limpias", añade. Porque al fin y al cabo, como afirman Rasch y sus colegas, la acción más efectiva y menos peligrosa para luchar contra el cambio climático es reducir las emisiones de gases de efecto invernadero.
PROPUESTAS DE GEOINGENIERÍA
- Simular una erupción volcánica mediante la inyección de aerosoles de sulfatos en la estratosfera. Estas partículas reflectantes rebotarían parte de la luz del Sol y producirían un rápido enfriamiento de la Tierra, que duraría meses, si no años. Este efecto ya ha sido observado tras explosiones volcánicas como la de El Chinchón (México, 1982) y el Monte Pinatubo (Filipinas), que en 1991 liberó millones de toneladas de dióxido de sulfuro en la atmósfera. Eso sí: el cambio climático provocado por estas erupciones también causó extensas sequías, debido a una reducción de la frecuencia de lluvias.
- Poner en órbita espejos o paneles que impidieran que parte de la radiación solar llegara a la superficie terrestre. La National Academy of Sciences estadounidense calculó que se necesitarían 55.000 espejos con una superficie de 100 km2 cada uno para reflejar la cantidad de luz necesaria para contrarrestar el efecto que tiene la mitad del dióxido de carbono que hay hoy en día en la atmósfera.
- Cambios en el albedo: la idea tras esta propuesta es buscar maneras de aclarar la superficie de la tierra o los océanos para que reflejen más luz solar. Las opciones son múltiples: desde plantas modificadas genéticamente para que sean más claras de lo normal hasta pintar los techos de los edificios de blanco.
- Aclarar las nubes mediante inyecciones de agua de mar vaporizada. La sal interaccionaría con las gotas de agua de las nubes, haciéndolas más pequeñas y reflectantes, con lo que se conseguiría que llegara menos luz solar a la superficie de los océanos. Este efecto se daría a nivel local, y sería reversible en pocos días.
- Secuestrar CO2 y almacenarlo en depósitos subterráneos, en acuíferos o bajo el mar.- Fertilización del océano: se trataría de añadir hierro al océano para estimular el crecimiento de fitoplacton, diminutas plantas marinas que realizan la fotosíntesis y absorben CO2 de la atmósfera. Los críticos a esta técnica afirman que el crecimiento rápido de algas podría afectar los ecosistemas marinos. Además, no está comprobado que la retención de CO2 sea permanente.

PÚBLICO, Miércoles 13 de febrero de 2008

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