18 febrero 2008

Richard Sandor: padre del mercado de co2

ANNA GRAU
SERVICIO ESPECIAL
NUEVA YORK. Uno en general piensa que los héroes del medio ambiente o son «verdes» de toda la vida, espíritus puros que ya nacieron odiando contaminar, o son políticos que han descubierto las enormes virtudes electorales del ecologismo. Richard Sandor no es ni lo uno ni lo otro. Es un economista, un cerebro financiero. Con una cierta tendencia a ir al revés del mundo, eso sí: a principios de los años setenta, cuando en la Universidad de Berkeley, en California, lo que se llevaba era la contracultura, Sandor se tomó un año sabático y se fue a trabajar a la Cámara de Comercio de Chicago.
Allí empezó a labrarse su leyenda de visionario. Antes de ser mundialmente famoso como «padre del comercio de emisiones de CO2 », se le reconoció la paternidad de otra criatura ilustre: los futuros financieros.
Desde entonces dice que él ya sabía que la siguiente gran revolución sería la fusión de los nuevos tipos de mercado favorecidos por internet con lo ecológico. La pasión por lo sostenible no es en Sandor un ideal sino un objetivo empresarial concreto. Una exigencia de la buena gestión. Un indicio de que la ley del más fuerte, cuando funciona correctamente, fortalece siempre al mejor. Virtud y negocio no sólo no se excluyen, sino que se potencian mutuamente.

Enriquecimiento sostenible
¿Pero es eso posible? ¿No se supone que para ganar dinero es casi preceptivo no tener escrúpulos, y mucho menos con el medio ambiente?
Richard Sandor sostiene lo contrario: al final, el más sostenible gana, particularmente en un mundo donde las acciones y los bienes pueden cambiar de mano con suma facilidad, por razones muy rápidas y muy sensibles. La gente, por encima de cualquier cosa, no quiere perder su dinero.
La mayor genialidad de Sandor es haber concebido la idea de un mercado de las emisiones tóxicas, las que contribuyen al calentamiento global del planeta. El gran reto de todos los gobiernos y de todos los paneles intergubernamentales de las Naciones Unidas, el gran drama de Kyoto, es cómo atajar ese peligro sin poner en peligro el crecimiento económico.
Richard Sandor, nombrado uno de los «héroes del Medio Ambiente» en octubre de 2007 por la revista «Time», le ha dado la vuelta a ese miedo y lo ha tranformado en algo creativo: suscitando un mercado de compra-venta de emisiones, una bolsa de valores contaminantes, para variar se pone a las fuerzas del capitalismo a favor de lo verde, en lugar de pretender que se ignoren mutuamente.
Dicen los críticos que esto aún le da una vuelta de tuerca más fuerte al cinismo de algunos: si yo, en lugar de dejar de contaminar, te pago a ti para contaminar en tu lugar, ¿eso no es como la perversidad histórica de las bulas? Sí, desde un punto de vista ideal. Pero, desde el punto de vista real -que es el que asiste a los estudiosos del capitalismo en acción, como Sandor-, lo que estamos haciendo es transformar lo que era la ley de la selva en un tablero de Monopoly. Introduciendo cierto orden y, sobre todo, cierto concierto.

Capitalismo verde
Hay algo de estratosféricamente virtual en ello, como cuando Sandor apadrinó un simulacro de intercambio de emisiones bajo bandera de la ONU... ¡en Moscú! En un contexto económico de ver y tocar, eso es literalmente vender humo. Pero el caso es que la cibereconomía cada vez se parece más a su propio simulacro. ¿Qué es si no un mercado de valores, sino una representación de bienes reales, cuyo valor accionarial no tiene por qué corresponderse con el objetivo?
En ese sutil territorio germinó la idea de Sandor, que ha acabado siendo adoptada con entusiasmo por la Unión Europea, por la empresa que ahora mismo él dirige en Chicago y por ejemplo por las comunidades brasileñas que han acabado comprendiendo que no tienen que desguazar el Amazonas para coger el tren del progreso; que les puede salir más a cuenta guardarse sus árboles, que en el mercado de emisiones tóxicas valen su peso en oro, y comerciar con aire puro como otros comercian con petróleo.
ABC, Lunes 21 de enero de 2008

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