27 agosto 2008

Un consumo excesivo

ANGELES CASO
Soy del norte, asturiana, así que, cuando pienso en agua, se me viene a la cabeza la imagen de ese "orbayu" nuestro tan testarudo, capaz de caer durante días y días llenando los caminos de barro y las calles de charcos en los que, por las noches, se refleja misteriosamente el mundo sólido. También ríos de aguas transparentes o contaminadas y arroyos helados, pequeñas cascadas, lagos pacíficos y, por supuesto, hierba verde, árboles y plantas de todo tipo, lustrosos helechos y musgos y líquenes trepando por las piedras y los troncos, y esa humedad que a veces te cala hasta los huesos y que parece mojar incluso las sábanas de las casas de campo mal calentadas. Por no hablar de la inmensa extensión de mar, claro.
Soy asturiana, y me crié creyendo que la abundancia de agua era algo tan natuaral en la vida que, incluso a veces, podría resultar molesto. Pero hace ya muchos años que vivo en Madrid y me ha tocado conocer de cerca la penuria acuática de la España seca. Me ha tocado aprender a no dejar abiertos los grifos más allá de lo meramente imprescindible, a optar por la ducha en vez del baño, a instalar cisternas con sistemas de ahorro, a aprovechar el cuartito de litro que se quedó en la jarra desdepués de la comida para regar alguna planta. En definitiva, me ha tocado aprender los mismos hábitos responsables que tantos otros ciudadanos aplican a diario.
Según todos los datos, los españoles no somos gente especialmente comprometida con el medio ambiente. Tendemos a ser bastante indiferentes respecto a las consecuencias de nuestros actos individuales en el destrozo del planeta. En casi todo salvo, creo yo, en lo referente al agua. La mayor parte de la gente que conozco y que habita las zonas secas del país suele ser cuidadosa en su consumo del agua. Las campañas informativas realizadas por las administraciones en los últimos años parecen que han surtido efecto. Y está muy bien que así sea. Sin embargo, el consumo de agua en los hogares es tan sólo una mínima parte del total, al rededor de un 6 por ciento. La mayor cantidad de agua, casi el 80 por ciento, es la destinada al costoso regadío, mediante instalaciones y sistemas obsoletos y mal cuidados, en los que se desperdician millones y millones de litros. Por no hablar del espinoso asunto de los campos de golf, esos enormes espacios cubiertos de césped y que cada vez proliferan más en zonas de nuestro país que apenas deberían permitirse la existencia de pequeños huertos. ¿Cómo es posible que haya nada más y nada menos que 26 campos de golf en una provincia tan seca como Madrid, 20 en las Baleares, 18 en Canarias, 22 en la Comunidad Valenciana, 18 en Cádiz o 41 en Málaga?. Un verdadero dislate, sin duda, que se disimula con la falsa afirmación de que esos campos son regados con agua reciclada. Parece pues que las administraciones han conseguido convencernos de que nuestros grifos permanezcan cerrados todo el tiempo posible, pero no toman en cambio las medidas y exigencias necesarias en asuntos cualitativamente mucho más graves. En fin, algún día será.


LA RAZÓN (A tu salud - Verde), Jueves 16 de febrero de 2006

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