30 octubre 2007

Biocarburantes: una opción en el filo de la ética y la necesidad

SEBASTIÁN BASCO

Ante la creciente carestía y el seguro declive de la producción de petróleo, los biocombustibles son una apuesta difícil de justificar si no resultan inevitables y, sobre todo, si compiten con los cultivos dedicados a la alimentación
Hace medio millón de años el hombre competía con sus depredadores por el alimento, habitantes de un mismo nicho ecológico. Hace medio siglo, el hombre se preparaba para competir con el hombre por su manutención en un planeta que, al parecer, pronto no daría más de sí. Ya somos más de 6.620 millones de hombres sobre la faz de la Tierra y en apenas una década habremos cambiado de rival: estaremos compitiendo con nuestros automóviles por el alimento. Si explicamos así la sustitución progresiva del petróleo —un bien tan escaso que su producción empezará pronto a declinar— por biocarburantes parecerá la soflama de un grupúsculo ecologista inflamado, enemigo irreconciliable del rigor y la verdad. Probemos a contarlo de otra manera.
Como el oro negro se acaba, recurramos a los carburantes para automoción fabricados a partir de girasol, o maíz, o cereales, o caña de azúcar... serán baratos, eficientes, mucho menos contaminantes, adaptables a cualquier tipo de vehículo y... además perfectamente renovables, por no decir inagotables, ya que la tierra siempre estará ahí para sembrarla y recoger la cosecha. Total, tecnología nos sobra.
Explicarlo de esta otra forma sería aceptar la utopía simplista y bien intencionada, o tal vez no, de fabricantes y promotores de biocombustibles, que barrerán para casa. Pero la realidad es bien distinta de una y otra versión. Más compleja. Se estudia, se analiza y se sopesa desde hace varios años, y la multiplicidad de los factores que inciden sobre la cuestión hace difícil hallar un punto de convergencia que recoja todos y cada uno en sus justos términos.
El petróleo se acaba
Todos los analistas coinciden en señalar que las reservas de petróleo no permitirán un ritmo de explotación como el actual más allá de dos o tres décadas. Empezarán entonces un encarecimiento y un declive progresivo de la producción que obligarán a reemplazar el oro negro por fuentes de energía alternativas. La producción eléctrica cuenta con varias alternativas de eficacia probada —eólica, nuclear, hidroeléctrica, fotovoltáica...— cuya combinación en proporciones adecuadas permitirá suplir la falta de petróleo.No será tan «fácil» el relevo en el sector de la automoción.
En paralelo al aumento de la población, el parque automovilístico mundial crece a un ritmo casi exponencial. Cerca de novecientos millones de vehículos de todo tipo pululan por las carreteras del planeta, devorando toneladas y toneladas de gasolina y de gasoil, de petróleo en definitiva. ¿Cómo los moveremos si en el futuro pintan bastos?
¿La única opción?
Ni la electricidad, ni la pila de combustible, ni el hidrógeno, al que muchos apuntan como la energía del futuro, pueden asegurar hoy por hoy la supervivencia del inmenso parque móvil planetario. Y de la forma de vida que conocemos, por tanto. De todas las opciones conocidas, sólo dos biocarburantes —biodiésel y bioetanol— presentan el perfil mínimo exigible a los aspirantes a sustituir al petróleo.
Técnicamente, los biocarburantes son legión. Pueden obtenerse de cualquier tipo de biomasa (celulosas, paja, leña, maíz, caña de azúcar, girasol, cereales, pataca, sorgo, soja, grasas animales, aceite de fritura usado...) y presentar diversas formulaciones (alcoholes, éteres, ésteres, etanolmetanol, metano...), incluso en los tres estados de la materia (sólido, líquido y gaseoso). Sobre el papel, pueden destinarse a producir energía eléctrica capaz de alimentar una fábrica o calentar una casa, y a combustible de automoción.
Biodiésel y bioetanol
La tecnología da para esto y para mucho más, pero se trata de puros fuegos de artificio, de juegos de laboratorio. De todas estas variedades, sólo dos, el biodiésel y el bioetanol, son capaces de proporcionar la ingente cantidad de combustible necesaria para mover cientos de millones de vehículos a motor. Pero, ¿a qué precio?... y además, ¿con qué consecuencias?
El biodiésel es un combustible líquido obtenido a partir de aceites y de grasas vegetales, y resulta casi totalmente asimilable al gasóleo de automoción de origen fósil. Puede generarse partiendo de más de trescientas especies vegetales, dependiendo de cuál sea la que se tiene más a mano (girasol, colza, soja...). En general, se obtiene de ésteres metílicos derivados de estos aceites mediante un proceso químico denominado esterificación metílica.
Desde el punto de vista químico, los aceites y grasas están formados mayoritariamente por triglicéridos, es decir, ésteres con tres cadenas moleculares de ácidos grasos unidas a una molécula de glicerol. Cuando el glicerol se sustituye por metanol obtenemos tres moléculas de metiléster y una molécula de glicerina, esto es lo que ocurre en las reacciones de transesterificación, una molécula de triglicérido reacciona con tres moléculas de monoéster y una de glicerina.
En cuanto al bioetanol, se trata de un alcohol de origen orgánico que se fabrica siguiendo un proceso similar al de la cerveza. Su materia prima son los cultivos vegetales ricos en almidón, celulosa o sacarosa (maíz, cereales, caña de azúcar, remolacha...), es decir, compuestos energéticos que por hidrólisis se transforman en azúcares y, posteriormente, por fermentación alcohólica, en etanol. Una vez destilado y deshidratado, obtiene su forma final.
Parecido a la gasolina
El bioetanol presenta propiedades fisicoquímicas muy parecidas a la gasolina, razón por la que puede sustituirla total o parcialmente, dependiendo de la adaptación del automóvil, en los motores de combustión interna. La manera más común de emplearla es mezclada con la gasolina hasta un diez o quince por ciento (E10 o E15). Técnicamente, el bioetanol permite incluso su mezcla con gasoil mediante la adición de determinados aditivos.
Ambos combustibles presentan en los motores de explosión ventajas y a la vez inconvenientes con respecto a la gasolina y el gasoil convencionales. Así, entre las ventajas del biodiésel, que se utiliza mezclado con diésel en distintas proporciones, destacan la reducción de emisiones de dióxido y monóxido de carbono, deóxidos de azufre y de partículas en suspensión; puede ser biodegradable al 98% en 21 días, no es altamente tóxico, alarga la vida del motor y produce menos ruido.
Entre sus inconvenientes, aumenta la emisión de óxidos de nitrógeno; proporciona una menor potencia; contamina el aceite lubricante; aumenta el consumo; deteriora manguitos, gomas, plásticos y pinturas; por encima del B30 (30% de biodiésel y 70% de diésel) presenta problemas de motor en frío; y su punto de congelación oscila entre -5 y 0 grados centígrados, por lo que necesita de anticongelantes.
En el caso del bioetanol, su principal ventaja medioambiental es que dependiendo de la mezcla empleada logra reducir la emisión de gases de efecto invernadero; además aumenta el octanaje y resulta sencillo de transportar y almacenar. Entre sus inconvenientes, aumenta la relación de compresión en el motor, por lo que debe variarse la mezcla de combustible y aire; ataca también los manguitos y las gomas; y dificulta el arranque en frío.
Estas consideraciones atañen sólo al biocarburante una vez puesto en el depósito de nuestro automóvil, pero para llegar ahí primero hay que producirlo, después transportarlo y finalmente distribuirlo. Mientras que los Estados Unidos, Brasil o algunos países del norte y el centro de Europa llevan algunos años adaptando en parte sus estructuras a los biocarburantes, en España, ni los coches están preparados ni existe una red de distribución desarrollada. Sencillamente, ni nuestros automóviles admiten estos combustibles ni nuestras estaciones de servicio, salvo dos o tres docenas en todo el territorio nacional, los dispensan. Por no hablar de que el conductor español desconfía de la novedad. En resumen, la producción nacional de biodiésel, y la más escasa de bioetanol, se destinan casi en exclusiva a la exportación.
Pero vayamos a la esencia misma del cambio que se avecina. Petróleo por biocarburantes... ¿qué significa esto exactamente? La sustitución no responde sólo a la pronta escasez y la progresiva carestía del oro negro. Además, Occidente desea reducir su dependencia de países tan poco fiables geoestratégicamente como los árabes, principales productores.
Este sería uno de los móviles del cambio en Estados Unidos o la Unión Europea, pero no el único, ya que su agricultura se autoabastece en gran medida y las tierras baldías podrían ser explotadas de nuevo, insuflando nuevas energías al sector agrícola y creando puestos de trabajo. Para Brasil, en cambio, dada su gran capacidad de producción de biocarburantes, resultaría muy conveniente convertirse en uno de los grandes suministradores mundiales. El gran exportador. Las razones, por lo tanto, son de tres tipos: declive del petróleo, reducir la dependencia exterior y conveniencia económica.
Voces en contra
Vistas algunas razones, veamos unas cuantas consecuencias. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) enumeró algunas en un informe publicado hace dos semanas. Este organismo asegura que no es posible cumplir sin daños considerables los objetivos marcados por la UE: superar el 5,75% de biocarburantes en el mercado en 2010, y el 11% en 2050. Ello, señala la OCDE, «podría traducirse en un incremento de entre el 20 y el 50% en los precios agrícolas durante la próxima década, a lo que habría que añadir el impacto ambiental causado por la acidificación de los suelos, el uso de fertilizantes y la pérdida de biodiversidad».
Más aún. «Los biocarburantes no son competitivos con el precio del petróleo a 77 dólares por barril sin el apoyo masivo de los gobiernos». Esto lo sabe la UE, por ello subvenciona su producción con 45 euros por hectárea. Todavía más. «La reducción de las emisiones de CO2 conseguida con los biocarburantes con respecto al petróleo no supera el 3%». En esta apreciación coincide el premio Nobel de Química Harmut Michel: «Con los biocarburantes no se ahorran emisiones... su proceso de producción consume tanta energía y emite tanto dióxido de carbono que el balance final no refleja una mejora apreciable».
Por estas y otras razones, la OCDE aconseja a Bruselas abandonar la política de subvenciones a los biocarburantes, y en su lugar propone sustituirlas por políticas neutras que vinculen el pago de impuestos a la emisión de CO2.
Las banderas ecologistas
Exactamente la misma opinión que tan respetable organismo comparten la miríada de organizaciones de defensa del medioambiente que en el mundo son. En las banderas ecologistas ondean los mismos eslóganes. Amigos de la Tierra clama por una campaña ciudadana que obligue a Bruselas a replantear su apuesta. Y también a Madrid que, por cierto, comparte los objetivos comunitarios. Argumentan que «los impactos ambientales de estos combustibles pueden ser peores que los del petróleo... y los alimentos subirán progresivamente de precio durante muchos años»...«Los agrocombustibles son una manera demasiado cara de afrontar los problemas de seguridad climática y energética, y no reducen las emisiones»... «Usar nuestros cultivos no es la solución, la ONU ya lo ha advertido».
Desde el bando contrario, como era de esperar, la Asociación de Productores de Energías Renovables esgrime puntos de vista diametralmente opuestos. En su reciente documento «Biocarburantes y desarrollo sostenible. Mitos y realidades», muestra toda una panoplia de argumentos fácilmente desmontables algunos, certeros y preocupantes otros.
En defensa del sector
«La influencia de los biocarburantes sobre los precios agrícolas es limitada, residual o incluso inexistente»... «La industria del sector es la primera interesada en que bajen los precios de las materias primas, que suponen más del 60% de sus costes de producción»... «El balance energético de los biocombustibles es siempre mejor que el del gasóleo y la gasolina»... «Los biocarburantes producidos en España reducen las emisiones de gases de efecto invernadero en hasta un 88% por cada kilómetro recorrido»... «La fabricación de biocarburantes tiene una escasa influencia en la deforestación tropical en el sureste asiático y en Brasil»...
Más allá de las afirmaciones rotundas de unos y de otros, la realidad del sector es difícilmente aprehensible y sólo puede ser contemplada desde la perspectiva de sesudos análisis, para los que ni siquiera es posible generalizar, ya que las tres principales variables a tener en cuenta —precio del litro de combustible, eficiencia energética y niveles de contaminación— son completamente distintas dependiendo del tipo de cultivo y del país en que se produce, del método empleado para su obtención, de cada clase de carburante y del motor en que vaya a quemarse.
En España, por ejemplo, descontando la subvención comunitaria, obtener un litro de biodiésel costaría una media de 0,64 euros, por 0,55 euros para el bioetanol. Estos costes serían inasumibles para el consumidor una vez cargada la tasa fiscal correspondiente. Pero es que estos precios son completamente diferentes en Brasil, en EstadosUnidos, en Alemania o Indonesia.
Eficiencia energética
Tres cuartos de lo mismo ocurre si tratamos de calcular la eficiencia energética de cualquiera de estos combustibles, entendida como la diferencia entre la cantidad de energía necesaria para fabricar una tonelada y la energía que libera dicho carburante durante su proceso de combustión. A veces es positiva, a veces negativa. En el mejor de los casos, dicha eficiencia energética no es muy superior a la obtenida con el petróleo.
En cuanto a su nivel contaminante, cada variedad de bioetanol o biodiésel es un mundo, dependiendo del modo de obtención, de la concentración de la mezcla y de los aditivos que presente. Cabe decir que, en general, ambos reducen ligeramente la emisión de gases de efecto invernadero y de óxidos de azufre, pero el biodiésel aumenta la de óxidos de nitrógeno.
No representan, pues, grandes ventajas de coste y medioambientales sobre el petróleo. En cambio, si su producción a gran escala no es cuidadosamente gestionada puede provocar deforestación y pérdida de biodiversidad, y encarecer los productos agrícolas. Es presumible que, si no ceden a las presiones del sector agrícola y de los fabricantes de biocombustibles, autoridades formadas y supervisadas, como son las que gobiernan la UE y EE.UU., no propiciarán estos desastres. Pero quién responde de las actuaciones de gobiernos como los del sureste asiático.
La decisión de apostar por los biocarburantes bordea la ética —cómo justificar millones de hectáreas dedicadas a alimentar nuestros automóviles mientras un tercio de la Humanidad pasa hambre y sed— ,empujada por la necesidad, ya que el petróleo se agotará.
En el equilibrio, la virtud
Puede que la solución equilibrada pase por utilizar estos carburantes, sí, pero sólo como complemento puntual de un oro negro que habría que emplear en exclusiva para el transporte. Para los demás usos, tanto industriales como domésticos, debería recurrirse a las energías alternativas, perdiendo el miedo y los prejuicios ante la energía nuclear. Si al mismo tiempo se optimiza el rendimiento ecológico de los automóviles minimizando su consumo y sus emisiones, nos habremos aproximado al punto de equilibrio en el que suele encontrarse la virtud.


ABC NATURAL, Martes 25 de septiembre de 2007
Imagen: Flickr

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