25 octubre 2007

«Qué bello es vivir»... sin nosotros

POR ANNA GRAU. SERVICIO ESPECIAL NUEVA YORK.
24-9-2007 14:14:50
Es la sensación editorial del año en Estados Unidos, es decir, que pronto lo va a ser de todo el mundo. Y la verdad es que pocos libros se habrán escrito nunca con tanta ambición de interesar a los seis billones de habitantes que tiene el planeta, y a los que propone un interrogante tremendo: ¿qué pasaría si desapareciéramos sin dejar rastro? ¿Cómo sería la Tierra al día siguiente de extinguirse la Humanidad en masa? ¿Y al otro día? ¿Y al otro?
Parece el argumento de «Qué bello es vivir», esa película que todas las televisiones de buena voluntad echan inevitablemente en Navidad, y que nos muestra a un James Stewart desesperado porque pasa un mal trago financiero que puede hundir a su familia en la ruina y el oprobio. Entonces, piensa en el suicidio. Hasta que su sabio y regordete ángel de la guarda le hace ver cómo habría sido la vida de todo el mundo en el pueblo -de su mujer, sus amigos, sus conocidos, etc- si él no hubiera nacido. Lo que ve le devuelve las ganas de ocupar el lugar que ocupa en el mundo.
Pues en este caso el mensaje va dirigido no sólo a James Stewart sino a la especie humana entera. Y el papel de regordete ángel de la guarda lo hace Alan Weisman, un escritor norteamericano que ya llevaba tres libros a sus espaldas antes de sentarse a escribir este: «The World Without Us» (El Mundo Sin Nosotros). El simulacro apocalíptico más completo de todos los acometidos hasta la fecha, superior a las más negras fantasías desde Julio Verne hasta Al Gore, pasando por George Lucas.
La potencia del simulacro es que no se limita a la ficción ni a la política. El autor ha buscado que su obra tenga un calado científico que la haga aún más perturbadora e inquietante. En el mejor estilo de Humboldt y de Darwin se ha paseado por el mundo recolectando datos poco o nada conocidos del impacto de nuestra especie en el mundo. Es por ejemplo estremecedor lo que descubre sobre qué pasa con los indestructibles polímeros que contienen moléculas de plástico que se arrojan sin parar al océano desde hace siglos. Llenándolo de partículas capaces de estrangular o bloquear el estómago y los intestinos de millones de criaturas marinas. Millones.
Weisman asimismo se pasma paseando por Chernobil, donde aún quedan puentes que no se pueden cruzar, porque sus estructuras mantienen una temperatura demasiado elevada a raíz del desastre nuclear de 1986. El autor de El Mundo Sin Nosotros compara eso con las idílicas comunidades humanas que viven en Kenia en perfecta armonía con la naturaleza, y la cabeza le estalla de conclusiones terribles. Por un lado, la magnitud de la inocencia edénica perdida. Por otro, la tenebrosa evidencia de que «puede suceder lo peor, y la vida siempre sigue».
¿Fue en Chernobil donde tuvo la epifanía, donde se le ocurrió la idea de simular un planeta post-Humanidad? La simulación contiene partes muy excitantes. Se nos informa de que sería por ejemplo cuestión de días que el metro de Nueva York se inundara, sin nadie para accionar las bombas extractoras. En diez años la calle Lexington de Manhattan -eso es como decir la calle Mayor en Madrid- sería un río y mucho antes los grandes rascacielos se incendiarían y se vendrían abajo. Las centrales nucleares estallarían todas antes de una semana, lo que faltaba para llevarse por delante a un montón de otras especies, aparte de la nuestra.

Exploradores exteriores

Pasado lo peor (lo cual podría requerir perfectamente un millón de años), eventuales exploradores exteriores de nuestro explaneta tendrían mucho trabajo intentando sacar algo en limpio de nuestro embrollo arqueológico. Donde ya ha quedado claro que habría muchísimo plástico, fósiles humanos mezclados con brazos y piernas de muñecas Barbie, cementerios nucleares con carteles de PELIGRO en lenguas incomprensibles, túneles bajo el Canal de la Mancha que a saber para qué los habríamos querido, etc.
Se notaría mucho nuestra ausencia por lo mismo que se nota mucho nuestra presencia y nuestro protagonismo «excesivo». Sin nosotros, los animales domesticados para hacernos compañía podrían volver en paz a su estado salvaje, los niveles de contaminación retrocederían, bosques y selvas recuperarían lo que es suyo bajo el cemento y el asfalto, etc.
En suma, sin nosotros, ¿viviríamos mejor? La fantasía de Weisman mezcla con naturalidad lo idílico y lo pavoroso. Y aunque ha hecho un enorme esfuerzo de credibilidad empírica, por supuesto si se realizara de verdad el experimento no quedaría nadie para confirmar o desmentir los datos. «The New York Times», aunque recomienda el libro, detectar cierta flagrante contradicción: sugiere que los efectos presuntamente positivos de una plena extinción de la raza humana es difícil que resistan la acción de un agente destructivo tan radical como el que haría falta para acabar con ella. Incluso si se descubriera un virus con una mortalidad del 99%, ese margen de inmunidad natural que es la excepción de todos los virus mantendría a salvo a medio millón de personas. Entre todos repoblarían la Tierra y recuperarían la densidad demográfica actual en 50.000 años de nada.

Severa reprimenda ecologista

Hecha esta salvedad escéptica, el libro se disfruta como una severa reprimenda ecologista, como un ejercicio hamletiano algo más duro de lo habitual, porque la calavera a la que damos vueltas en la mano no es la de otro, sino la nuestra. La única que tenemos. La única que hay.
Volviendo a la comparación con «Qué bello es vivir», allí todo estaba pensado para que el personaje interpretado por James Stewart llegara a la conclusión de que su inexistencia habría tenido muchos más efectos negativos que positivos. Aquí, independientemente de la viabilidad del experimento, de nuestras posibilidades reales de no existir, casi se parte de la conclusión opuesta: el planeta habría salido ganando sin nosotros, o, por lo menos, sin nuestro exagerado predominio sobre todas las demás especies.
Ahí surge una duda: pero el planeta, ¿no somos también nosotros? ¿Hasta qué punto es posible y lógico tomar el mundo como una entidad separada y abstraída de la Humanidad? ¿No deberíamos aspirar a un equilibrio armónico y feliz, pero con nosotros dentro? La paz de un planeta vacío, ¿no es la paz de los cementerios?
Hay quien cree que el ecologismo en su versión más apocalíptica excluye el sentido común. ¿Habría que llenar las calles de lobos y leones, y arriesgarse a que los niños sean devorados camino de la escuela para volver a la naturalidad original? A lo mejor la clave está en las reflexiones que el mismo Weisman hace cuando pasea por Chernobil y se asombra de la capacidad de regeneración de la Naturaleza, incluso después de un desastre de tal gravedad, inducido por el hombre. Si la vida sigue después de lo peor, si fuera capaz de seguir después de nosotros, a lo mejor también será capaz de seguir con nosotros dentro.
Aunque, para variar, no estaría mal hacer un poco más de caso de lareunión sobre cambio climático que hoy se celebra en la ONU. Muy cerca de la calle Lexington por la que, felizmente, todavía se puede cruzar sin nadar.


ABC, LUNES 24_09_2007

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