22 diciembre 2009

Copenhague se cierra con un acuerdo decepcionante

Publicado el 21-12-2009 , por Financial Times
Un acuerdo vacío sería peor que no alcanzar ninguno, dijo la Casa Blanca antes de que Obama viajase a la cumbre de Copenhague. Al final de la cumbre, Barack Obama calificaba el acuerdo de Copenhague –el más vacío que podría imaginarse– de «importante avance». La credibilidad de Obama en su país y en el extranjero es una de las víctimas de este ridículo resultado.
El acuerdo redactado a la carrera por EEUU, China, India, Brasil y Sudáfrica no es más que una declaración de intenciones. Reconoce los argumentos científicos para mantener el aumento de la temperatura global en 2ºC. Pide a los países desarrollados que aporten 100.000 millones de dólares (69.728 millones de euros) anuales hasta 2020 para ayudar a las naciones pobres a cumplir con ese límite, pero sin especificar cuánto pagará cada país y a quién. Parece no comprometer a ninguno de los firmantes a nada.
A muchos países en vías de desarrollo no les gustó este resultado. Europa puede preguntarse por qué se la ha excluido del cuadro. No todos los asistentes a la cumbre se mostraron dispuestos a refrendar esta proclamación vacía.
Cabe preguntarse cómo es posible que una conferencia que culmina dos años de detalladas negociaciones, que se unen a más de una década de conversaciones, pueda haber terminado en semejante caos. Es como si no se hubiera hecho ningún trabajo preparatorio. Faltaba el consenso en los temas más básicos. ¿Estaban o no allí los países para negociar unos límites vinculantes? Nadie parecía saberlo.
Desde el principio, la desorganización fue total. En esto, al menos, la atención a los detalles fue admirable. Los organizadores invitaron al evento a más personas de las que podían ser acomodadas, y quedaron desconcertados cuando llegaron. Los delegados esperaron durante horas bajo un frío glacial, una escena que lo resumía todo. Los organizadores habían planeado la celebración de un nuevo pacto global –pero la fiesta fue un desastre y se olvidaron de conseguir el acuerdo–.
Los gobiernos tienen que entender, incluso si no pueden decirlo, que Copenhague ha sido totalmente inútil. Cuando se atrae la atención mundial con un evento de este tipo, hay que mostrar resultados, de lo contrario, se pierde el impulso político. Declarar como éxito lo que todos saben que es un fracaso resulta poco convincente, y empeora las cosas. El peligro ahora es la pérdida del ímpetu. En el futuro, los gobiernos tienen que respetar la regla de oro de la cooperación internacional: primero el acuerdo, las celebraciones y las fotos para después.
Aparte de eso, ¿qué revela Copenhague sobre los obstáculos para el progreso –y cuál es el mejor medio de superarlos–?
El cambio climático requiere la cooperación global, porque las emisiones globales de gases de efecto invernadero son el desencadenante. La actuación colectiva es esencial. El problema de que unos puedan aprovecharse de los esfuerzos de otros es obvio y hay que abordarlo. Pero el máximo acuerdo, un tratado global con límites vinculantes para las emisiones, va ser extremadamente difícil de alcanzar.
Incluso si existiera la voluntad para hacerlo, obligar a cumplir los límites sería un problema, tal y como ha demostrado ampliamente el protocolo de Kyoto. Si el modelo maximalista puede revivirse a tiempo para la conferencia prevista en México en diciembre del año que viene, estupendo: la clave, sin embargo, es que el progreso no puede subordinarse a ello. Hacen falta un mayor pragmatismo y flexibilidad.
EEUU y China pueden asumir el liderazgo. En Copenhague, la fricción entre ambos fue evidente. Mientras que EEUU pedía una verificación independiente de la reducción de las emisiones, China se resistía a la violación de su soberanía. De hecho, ambos países no son tan diferentes: el Congreso de EEUU muestra tanto celo por la soberanía nacional, y tanta cautela con respecto a las obligaciones internacionales, como China. Ambos países deberían asumir el liderazgo mediante el ejemplo, con las políticas unilaterales de disminución de las emisiones de carbono que ya han sido anunciadas o que están en estudio: el comercio de carbono en EEUU, y medidas para reducir la intensidad de las emisiones en China. El marco internacional no necesita insistir en un acuerdo rígido. Sobre todo, no debería dificultar las políticas que vayan en la dirección adecuada.
A largo plazo, es necesario que todos realicen un esfuerzo similar, pero esto puede evaluarse de muchas formas. El control del precio del carbono es una base para la cooperación mucho menos exigente que los límites vinculantes cuantitativos fijados con décadas de antelación. El marco internacional debería ampliarse para dar cabida a esta forma de coordinación más indulgente. La generosa ayuda para que los países en vías de desarrollo reduzcan las emisiones de gases de efecto invernadero está garantizada, pero debería negociarse por separado. Lo necesario, una vez más, es dividir el problema en partes manejables.
Copenhague ha mostrado los límites del actual enfoque. Es primordial recuperar la cooperación internacional. La mejor forma de lograrlo es exigiendo menos de ella.
EXPANSIÓN, Martes 22 de diciembre de 2009

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