10 diciembre 2009

El deshielo abre algo más que una ruta marítima

ROGER COHEN – HALIFAX, Nueva Escocia
A medida que se acerca al fin de su primera década, el siglo XXI empieza a verse más claro. Las democracias de libre mercado con recursos escasos van a enfrentarse a las autocracias de libre mercado (sistemas autoritarios que rayan en la dictadura) ricas en petróleo, gas y otras materias primas. No está claro quién va a ganar, pero los últimos diez años han sido difíciles para la idea democrática.
Las autocracias han aprendido del fracaso de los sistemas totalitarios en el siglo XX. Permiten los viajes y la búsqueda de beneficios (especialmente a los compinches). También toleran la libre expresión siempre que no represente un desafío directo al sistema. Pero todavía emplean el miedo como nexo de sus sociedades. China, Irán, Venezuela y Rusia se encuentran entre los países con esta clase de modelo.
Otro gran reto del siglo girará en torno al cambio climático: si puede mitigarse, quién para la mitigación y su impacto en los recursos cada vez más escasos. Las dificultades ya han cambiado la cumbre que se celebrará la próxima semana en Copenhague, que ya no será un ejercicio de toma de decisiones y se convertirá en un ejercicio de prevaricación. Pero con independencia de lo que se decida, algunas consecuencias del calentamiento del planeta son ya irreversibles.
Una es que hacia 2030 se abrirá una ruta polar a medida que se derrita el hielo. La Antártida es un territorio cubierto de hielo. El Ártico es agua helada. Cuando se derrita, el “alto norte” se volverá navegable, lo cual acortará en miles de kilómetros los trayectos marítimos desde Asia a Europa y América del Norte.
Por ejemplo, la ruta marítima por el norte desde Yokohama, Japón, al puerto holandés de Róterdan es unos 6.500 kilómetros más corta que las actuales. El derretimiento de los glaciares ya han permitido este verano a dos barcos alemanes surcar el paso del Noreste (aunque no el polar).
La historia es geografía. Este cambio transformará el mundo. “Empezaremos a hablar de relaciones transárticas”, me decía Barth Eide, viceministro de Defensa noruego. “El alto norte es la principal prioridad estratégica de Noruega”. Eide se centra en el paso polar porque es realista. A los noruegos les gusta planificar, lo cual es una de las razones por las que su economía parece más fuerte que la mayoría. El derretimiento del hielo no es buena cosa, pero lo mejor es prepararse para las consecuencias. Una será que naciones democráticas como Noruega, Dinamarca y Suecia tendrán que alcanzar acuerdos con países autocráticos como Rusia para repartirse los despojos.
Si no se establecen reglas básicas, el petróleo, el gas y otros recursos de la zona todavía por descubrir podrían provocar conflictos. “Alto norte, baja tensión, es nuestro lema”, comenta Eide. “No queremos un conflicto caliente en la zona”.
Por suerte, en las orillas del Ártico no hay Estados fallidos y, entre los principales actores – Rusia, Canadá, Noruega, Estados Unidos y Dinamarca – existe un amplio consenso en que la Convención de Naciones Unidas sobre el Desarrollo del Mar, de 1982, es mejor marco que una versión polar del Gran Juego para resolver divergencias.
El hecho de que Rusia plantase hace dos años una bandera en el lecho marino del Polo Norte no es alentador, pero Eide afirma que Moscú ha desempeñado un papel constructivo en las conversaciones recientes.
Estas conversaciones no han resuelto una disputa ruso – noruega sobre 176.000 kilómetros cuadrados del “alto norte”, pero las conversaciones interminables son mejores que las guerras interminables. La cooperación es esencial para allanar el camino hacia un mundo transártico. Estados Unidos, tras un largo retraso, debe ratificar la Convención sobre el Derecho del Mar.
Un país muy interesado en el pasillo polar es China. Eide ha estado allí dos veces recientemente. Está claro que China no es una nación polar. Pero sí planifica a largo plazo, y por eso está comprando materias primas. Una nueva ruta de transporte a sus principales mercados tiene un profundo interés estratégico para China.
Y eso me devuelve al conflicto democracia – autocracia. El diálogo Noruega – China muestra que la cooperación puede superarlo. Pero creo que la gente no sólo quiere ser rica, quiere ser libre. Para ganar la lucha por unas sociedades más abiertas a través del poder blando, las democracias tendrán que pensar estratégicamente en lugar de centrarse en el próximo trimestre. Noruega es un buen ejemplo.

THE NEW YORK TIMES – EL PAÍS, Jueves 3 de diciembre de 2009

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